(Por:Antonio Lara Polaina /Fuente Actualidad Litúrgica 287, pp 27-29)
"Pero, para que el silencio sea fecundo, no puede convertirse en una mera pausa dentro de la celebración, sino que tiene que ser parte integrante y esencial de su realización, dando espacio a la presencia de Dios".
La Institutio Generalis Missalis Romani (Institución general del Misal Romano), citando a dos importantes documentos precedentes, nos dice que el silencio es “parte de la celebración” (IGMR45). Por lo tanto, nos está presentando el silencio formando parte integral y necesaria de la misma estructura de la liturgia cristiana. Aunque su naturaleza dependerá “del momento en que se observa durante la Misa” (ibid.).
Los nuevos libros litúrgicos han redescubierto el valor esencial del silencio como momento estructural de la acción litúrgica, más aún, como condición espiritual para entrar en el misterio que se celebra y como momento privilegiado de la acción del Espíritu Santo.
Pero, para que el silencio sea fecundo, no puede convertirse en una mera pausa dentro de la celebración, sino que tiene que ser parte integrante y esencial de su realización, dando espacio a la presencia de Dios. En este mismo sentido, el silencio no será nunca un vacío o la ausencia de palabras, sino que se tratará siempre del lenguaje más puro para la acción de gracias. No se trata de introducir espacios de silencio sin más, ni crear largos vacíos, sino de dar a la celebración un ritmo más sereno y contemplativo que nos permita a todos, al presidente y a los fieles, ir entrando en la celebración, asimilando cada uno de sus momentos.
Porque, la celebración litúrgica está hecha del ritmo, de la alteración, entre la palabra y el silencio, el mismo ritmo en el que nos movemos los seres humanos. Pero no olvidemos que el lenguaje que usamos sólo es posible a partir del silencio y la palabra. Nuestra participación plena en la celebración será siempre a través del silencio.
Nos adentramos en la celebración de la Eucaristía comentando los momentos y tipos de silencio señalados por el Misal (IGMR. 45), aunque sin descuidar otros que también reclaman la presencia y acción del Espíritu Santo en nuestro interior.
La celebración de la Eucaristía.
Los ritos iniciales de la celebración eucarística forman una secuencia ritual hecha del ritmo, de la alteración, entre el canto, el gesto, la palabra y el silencio.
En el acto penitencial, después de la invitación, se recuerda que sigue “un breve momento de silencio” (IGMR 51). Este silencio ayuda al recogimiento, un tiempo breve pero suficiente, para ponerse en la presencia del Señor, para pedirle perdón (singuli ad seipsos convertuntur), para entrar en la celebración.
La monición “oremos”, a pesar de ser importante, pasa desapercibida. La fuerza de esta invitación a orar reside en que todos, el presidente y el resto de la asamblea, se unen en estos instantes “para hacerse conscientes de estar en la presencia de Dios” (IGMR 54).
En la liturgia de la Palabra.
Durante la liturgia de la Palabra, se prolonga aquel dialogo de la revelación donde Dios habla a su pueblo y el pueblo lo escucha. La pedagogía de Dios en la Antigua y Nueva alianza, en el Antiguo y Nuevo Testamento, se prolonga en la celebración litúrgica de la Iglesia.
Pero, para conseguir un auténtico diálogo “es necesario crear un ambiente propicio, casi una especie de “ecosistema” que sepa equilibrar silencio, palabra, imágenes y sonidos”.
Precisamente para ayudar a que ese encuentro y diálogos se realice, la liturgia de la Palabra “debe ser celebrada de tal manera que favorezca la meditación” (IGMR56).
Es el Espíritu Santo el que hace que “se perciba con el corazón la palabra de Dios y se prepare la respuesta por medio de la oración” (ibid.). El silencio tiene como finalidad acoger la Palabra de Dios, porque “solo en él la Palabra puede encontrar morada en nosotros”.
De ahí la importancia y la conveniencia de que, durante la liturgia de la Palabra, haya “unos breves momentos de silencio, acomodados a la asamblea reunida” (IGMR 56).
Pero ¿cuáles son los principales momentos de silencio que nos recomienda el Misal Romano en la liturgia de la Palabra? Según la oportunidad: “antes de que se inicie la misma liturgia de la Palabra, después de la primera y la segunda lectura, de y, finalmente, y terminada la homilía” (ibid.).
El Silencio después de la escucha de la Palabra es porque ella nos sigue hablando todavía, porque sigue “resonando” en nuestros corazones, porque está habitando, porque quiere poner su morada entre nosotros. Esta resonancia de la voz del Espíritu es posible en la oración, porque escuchar en silencio la Palabra es ya orar.
En la liturgia eucarística
La celebración de la Eucaristía es un único acontecimiento marcado por un silencio intercalado por dos vibraciones sonoras: la Palabra de Dios (Verbum Domini) y nuestra alabanza (laus perennis).
Entre el espacio dedicado a la Palabra y aquel destinado a la Plegaria eucarística, deberíamos plantearnos un momento de calma y de respiro mientras preparamos el altar. Son momentos durante los cuales la asamblea comienza la contemplación silenciosa que va a caracterizar la segunda parte de la Eucaristía, especialmente durante la Plegaria eucarística.
Ahora empieza el centro y el culmen de toda la celebración, a saber, la Plegaria eucarística, que es una plegaria de acción de gracias y de santificación (IGMR 78).
Esta Plegaria es el memorial de las palabras y de los gestos de Cristo. También esta oración es una gloriosa profesión de fe.
El sentido más profundo de la Plegaria eucarística es que toda la asamblea entre en el corazón de la misma, sabiéndose situar delante de Dios, donde está Cristo (cfr. Col 3,1). Precisamente por esto, la Plegaria eucarística “exige que todos la escuchen con reverencia y en silencio” (IGMR78).
Y la forma de participar con mayor fruto en la celebración es envolver esta Plegaria de un silencio de adoración y de acción de gracias, entrando en el misterio, donde se renueva sacramentalmente el Sacrificio del Señor. Porque esta Plegaria es una oración, en sí, eminentemente contemplativa.
El momento decisivo y de intensa contemplación, donde oración y silencio anuncian la acción del Espíritu es en la epíclesis, la invocación al Padre para que envíe su Espíritu Santo sobre las ofrendas y sobre la asamblea, para que todos aquellos que comulgarán, aun siendo muchos, sean un solo Cuerpo y un solo Espíritu en Cristo (Cfr. 1 Cor 10, 16-17).
También mientras se pronuncia el relato de la institución de la Eucaristía (la consagración) y durante la elevación del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, los fieles participan arrodillados, sumidos en un intenso silencio de adoración, de agradecimiento, de admiración ante la presencia real por antonomasia, sustancial y sacramental, de Cristo Eucaristía, que ha venido caracterizando toda la Plegaria, pero que ahora crece y se concretiza en el relato.
Una vez cantado o recitado el Padrenuestro, realizado el saludo de la paz y terminado el gesto expresivo de la fracción del Pan, con la conmixtión, tomando un trozo del Cuerpo del Señor y dejándolo caer en el cáliz, acompañado del canto del Cordero de Dios,
el sacerdote se prepara con una oración en secreto, para recibir con
fruto el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Los fieles hacen lo mismo, orando
en silencio.
Luego el sacerdote muestra a los fieles el Pan eucarístico sobre la
patena o sobre el cáliz, y los invita al banquete de Cristo… (IGMR 84).
Los ritos preparatorios para recibir la Sagrada Comunión están pensados para ayudar a todos al encuentro con el Señor. El ejemplo del presidente de la celebración es un modelo para toda la asamblea. La oración en silencio (oratione secreta) y la genuflexión antes de comulgar constituyen una imagen elocuente, que contemplan los fieles mientras oran también en silencio y se preparan espiritualmente, antes de acercarse a recibir el Cuerpo del Señor en la Comunión.
Y después de la Comunión viene el gran silencio, que busca crear una atmosfera de interiorización, de agradecimiento y de alabanza interior. Son unos momentos en los que todos, “el sacerdote y los fieles” (IGMR 88), son invitados a “concentrarse, a meditar brevemente, a alabar a Dios en su corazón y a orar (in corde suo Deum laudant et orant)”, como nos dice el Directorio de Misas con niños. Ya sabemos que no es el momento de los avisos, ni de introducir noticias, ni de invitar a que alguien tome la palabra, sino que éstos, “si son necesarios”, tiene lugar después de la bendición y antes de la despedida (IGMR90).
Después de la bendición y de la despedida “Pueden ir en paz”, y tras responder los fieles “Demos gracias a Dios”, se suele romper completamente el silencio en la Iglesia. Se trata de un fenómeno generalizado, que no tiene en cuenta a aquellos fieles que quieren quedarse, en la Iglesia o donde se encuentre el Sagrario, unos minutos más en silencio, prolongando la acción de gracias.
Con estas breves notas, en las que podemos seguir profundizando, hemos intentado presentar brevemente aquellos momentos de silencio que marcan el ritmo en el interior de la celebración de la Eucaristía.
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